viernes, 27 de mayo de 2011

¿Para qué sirven las elecciones? O el cambio de modelo

Con la irrupción de los indignados alguien pensó que podían influenciar en el voto y para aquellos que utilizaron la lógica, era de imaginar que Bildu iba a obtener buenos resultados, como así ha sido… ahora bien ¿es lógico que 74.302 votantes decidan sobre 277.999 personas que residen en Bilbao? Lo pregunto por qué no lo sé y tampoco lo tengo claro.
Una de las propuestas de los indignados es el cambio de la ley electoral y en estas épocas donde las ideologías se diluyen entre los presupuestos y los poderes económicos, no sé quien estará interesado en cambiarla.
Los datos dicen que el 26% de las personas que votan deciden sobre las personas que habitan Bilbao y tampoco tengo claro que eso sea correcto… Pero bueno, con la resignación que dan los años, lanzo las preguntas al aire…¿es justo tratar a todo el mundo igual?
¿Por lo que decidan unos pocos el resto deberá acatar?
¿Este modelo que estamos desarrollando sirve?
No quiero hacer más preguntas de las necesarias, pero…¿para qué sirven unas elecciones?
Hace tiempo que deje de creer en los Partidos Políticos y en menos los Sindicatos. Sigo creyendo en las personas y algunas muy implicadas en estos menesteres, demuestran día a día con su trabajo que el valor están en las personas, quizás sean esas personas que desde dentro de las organizaciones políticas desarrollan su actividad, propongan ese cambio de modelo…no sé, por eso pregunto.
www.jabiercalle.com

viernes, 20 de mayo de 2011

CITA A CIEGAS


CITA A CIEGAS
Cargado originalmente por LaVisitaComunicacion
Citas a ciegas.
“Eran ya demasiados desengaños, pero algo dentro de mí, tal vez la soledad, me arrastraba a afrontar un nuevo riesgo; una nueva cita, casi a ciegas, con alguien casi desconocido. ¿Qué podría ocurrir, que nuevamente sintiera pesar sobre mí la sombra del fracaso?
Iría al bar convenido, me sentaría en la mesa del rincón más escondido, pediría la consumición acostumbrada, me fumaría media cajetilla de cigarrillos, sostendría desafiante las miradas compasivas de los camareros y, si no llegase, abandonaría el local, triste, sí, pero con dignidad, aunque sea fingida, y volvería sola a casa una vez más, ya fuese a pie, ya en taxi”.
Eso pensaba la víspera; lo que siguió después ya lo conoces, aunque te enterases tarde. Perdóname si vuelvo una vez más a recordarte cómo pasó:
II
Las luces rojas de las lámparas angustiaban al aire con sus brillos opacos. El humo de los cigarrillos, que se apagaban lentamente en los ceniceros llenos, densificaban la atmósfera hasta hacerla espesa. Despacio, los clientes cruzaban el bar, empujaban la puerta giratoria, se estremecían con el frío de la niebla y se iban.
Yo, sentada, ya al borde de la indolencia, permanecía en aquel sitio del último rincón del reservado. Una mesa en el centro y una silla vacía frente a mí.
Los camareros se afanaban en recoger los restos de los últimos servicios. La señora de la limpieza empezaba a desparramar el primer aserrín húmedo por el suelo.
Al fin, con un rictus entre amargo e indiferente, abandoné el local. Eran las dos de la mañana y seguía sola. La casa fría me esperaba y sentí prisa. Decidí tomar un taxi pero en la parada no contestaron a mi llamada. Traté de erguirme y emprendí la marcha de regreso a pie, a través de calles solitarias, con un tráfico anémico a aquellas horas de la noche.
III
Hoy, que han pasado los años y tengo la cabeza recién teñida; ahora que es necesario hacerlo con frecuencia ya que las canas pugnan tercamente por volver blanco el cabello; ahora, repito, a pesar del tiempo que ha pasado, todo me vuelve a la memoria como en un viaje en el tiempo hacia el pasado. Te miro, retomo los recuerdos y no puedo por menos que sentirme melancólica.
Aquella noche en que me cerraron el bar y con él parecía que se me cerraba la última esperanza, retorna de forma irremediable a mi memoria. Vuelvo a la calle oscurecida por la niebla, compruebo que el bar se ha convertido en un Mac-Donalds, y sigo inevitablemente, como si un imán me atrajera, hasta la puerta de la clínica adonde te envió aquel absurdo accidente de moto y que tanto pudo influir en nuestras vidas. Pienso en cómo nuestras vidas y nuestro futuro pendieron de un hilo más débil que la niebla. Un accidente tonto pudo romper antes de tiempo algo que aún no había nacido.
IV
Y pienso en ello hoy, después de tantos años en que, aclarado el entuerto, devoramos con ansia el regalo que nos hizo la vida.
Ahora, en un minuto, he rebobinado la vida entera. En este minuto que ha pasado desde que he llegado otra vez a la misma clínica que una vez me arrebató la ilusión, y que hoy vuelve a jugarme una mala pasada.
Me han dado los resultados. La biopsia ha sido positiva y ello me anuncia una nueva cita a ciegas. Esta vez, una cita a ciegas con la muerte.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Rodrigo Ponce de Leon en LaVisita TeleBilbao

Este buen hombre que con no mas de treinta años, lleva un tercio de su vida representando la misma obra....DOS HOMBRES SOLOS SIN PUNTO NI NA, con Manolo Medina viene a LaVisita para contarnos sus inquietudes y ganas de hacer reír Empezó derecho, pero lo cambio por Arte Dramático en Sevilla y con todas las ganas del principiante se muestra sin orgullo y con mucha ilusión ante nosotros para compartir buen humor y risas.
Esta semana se emite su entrevista en LaVisita de TeleBilbao.
www.lavisita.tv

UNA SONRISA TRAS LA TAPIA

Visitando una leprosería en una isla del Pacífico me sorprendió que, entre tantos rostros muertos y apagados, hubiera alguien que había conservado unos ojos claros y luminosos que aún sabían sonreír y que siempre decía «gracias» cuando le ofrecían algo.

Entre tantos «cadáveres» ambulantes, sólo aquel hombre se conservaba humano.
Cuando pregunté qué era lo que mantenía a este pobre leproso tan unido a la vida, me dijeron que lo observara por las mañanas.
Y vi que, apenas amanecía, aquel hombre acudía al patio que rodeaba la leprosería y se sentaba enfrente del alto muro de cemento que la rodeaba. Y allí esperaba... esperaba... hasta que, a media mañana, tras el muro, aparecía durante unos cuantos segundos otro rostro, una bella mujer que se paraba al frente y le sonreía con una hermosa y amplia sonrisa. Entonces el hombre respondía a esa sonrisa, sonriendo también.

Luego, la mujer desaparecía y el hombre, iluminado, tenía ya alimento para seguir soportando una nueva jornada y para esperar a que, al día siguiente, regresara el rostro sonriente.
Era su esposa. Cuando lo arrancaron de su pueblo y lo trasladaron a la leprosería, la mujer lo siguió, y se instaló a vivir en el pueblo más cercano a la leprosería. Y todos los días acudía para continuar expresándole su amor. «Al verla cada día - me dijo el enfermo - sé que todavía vivo.»

Muchos viven gracias a tu sonrisa, a tus palabras, a tu esperanza, al cariño que les puedas dar. No bajes los brazos. No dejes de sonreír y de tratar bien a los demás.